Andalgalá en defensa del agua, la vida y la memoria

Andalgalá en defensa del agua, la vida y la memoria

Se cumplieron 13 años de la violenta represión que sufrió el pueblo catamarqueño por posicionarse en contra de la megaminería. Las razones de las caminatas, los motivos para no bajar los brazos y otras lecciones valiosas en un año electoral.

Después de la Plaza de Mayo en Buenos Aires, el espacio público argentino que más caminatas colectivas ha acompañado es la Plaza 9 de Julio de Andalgalá. Dicho de otro modo: más allá de la experiencia de memoria social que construyeron ejemplarmente las Madres de Plaza de Mayo, un pueblo de Catamarca organizado en defensa del agua y la vida, con menos trascendencia nacional y mundial, ha continuado la costumbre de caminar para visibilizar lo que parece oculto a las mayorías.  

¿La comparación es exagerada? Tal vez haya que dimensionar la urgencia de las causas y, sobre todo, actualizar la agenda de los derechos humanos amenazados para tener un punto de comparación. Tal vez haya que escapar unos 1.300 kilómetros del centralismo porteño para entender que allí, en ese pueblo de 20.000 habitantes, lo que pone en peligro a la población, en plena democracia, tiene reminiscencias siniestras: lo que Andalgalá conoce como "la dictadura minera".

La memoria social de Andalgalá tiene varios hitos. Uno de ellos fue el 15 de febrero de 2010, cuando un despliegue inusual de policías, perros entrenados, balas de goma, gases lacrimógenos y escudos intentó imponer por la fuerza el modelo minero al que ese pueblo se opuso históricamente. De la violencia brotó una renovada necesidad de salir a las calles para decirle no a la megaminería contaminante, y también un colectivo con nombre propio que empezó a caminar para visibilizar: la Asamblea El Algarrobo.

En la Plaza 9 de Julio, testigo de tantas caminatas, es 15 de febrero de 2023. A trece años del horror represivo, Aldo Flores, fundador de la Asamblea y militante incansable a sus 74 años, toma el micrófono y explica los alcances de la "dictadura minera" que él mismo ha padecido.

–Nos atropellaron, nos torturaron, nos secuestraron, nos arman causas para imponer este proyecto de muerte.

En unos días será la caminata número 681. ¿Cuál es el rumbo de esta ejemplar construcción de compromiso colectivo con el agua y la vida, Aldo? "Seguiremos andando y seguiremos soñando porque ése será nuestro destino: caminar y caminar". Y entonces, antes de que pase el micrófono, llegan los aplausos.

El primer hito de la minería a cielo abierto en todo el territorio nacional se dio en Andalgalá, donde el proceso neoliberal de los años 90 implantó la minera La Alumbrera. Esa promesa de progreso y desarrollo productivo dejó un saldo negativo: pobreza económica y contaminación ambiental. Al día de hoy, en algunas zonas de Andalgalá es costumbre comprar agua de bidones porque la que proveen los ríos de la zona es turbia y afecta la salud de quienes la beben. 

Son varias las generaciones andalgalenses que se han forjado en la conciencia caminante para que las empresas mineras frenen sus proyectos en el cordón montañoso donde destaca el Nevado del Aconquija, una postal natural que cada día disfruta la población. En el verano de 2023 la lucha de fondo es contra el proyecto MARA (allí confluyen los proyectos Alumbrera y Agua Rica, que tienen detrás a las multinacionales Yamana Gold, Glencore y Newmont).

Cuando en agosto de 2022 se cumplieron 600 caminatas de ese pueblo movedizo, Yaya, 77 años, decía: "Vengo a las caminatas desde hace muchísimo tiempo. A mí me da fuerza cada vez que puedo ir a una caminata. En mi familia ya somos tres generaciones caminando. Me voy a morir tranquila porque vengo con mis nietos. Antes venía con mis hijos y no les tenemos miedo, eso es lo que más fastidio les da. Eso nos hace ser más fuertes. Seguiremos luchando porque nadie nos quita del alma la lucha. Seguimos diciendo no a la mina. No es no”.

Las mujeres han jugado un papel importante en esta construcción colectiva de memoria social con el cuerpo. Patricia Reina Mora Azul (58) es una de las Mujeres del Silencio, un colectivo de vecinas que se conformó para sumarse a la lucha colectiva y pacífica: “Somos las primeras mujeres que comenzamos con las caminatas aquí en Andalgalá reclamando por todas las judicializaciones a les vecines. Aquí caminaremos hasta que Dios diga y Pacha nos sostenga”.

En Choya, uno de los departamentos de Andalgalá, vive Raúl Barrionuevo (74). Por una afección en la infancia perdió la visión, pero su mirada sobre el contexto de lucha es clarificadora: "Nosotros no peleamos por oro, sino por el oro más preciado: el agua. Si no hay agua, no hay vida, es la fuente de vida. Queremos eso para seguir trabajando y para seguir viviendo. Cuando nacimos teníamos una tierra sana, un paisaje hermoso para el turismo. En todos los países donde hay paisajes como los que tiene Catamarca, el turismo es un fuente de ingresos".

El 14 de julio de 2022, cuando las máquinas de las mineras querían subir a los cerros por un camino privado donde la vecindad montó un puesto de guardia (1.500 metros de altura, 20 grados bajo cero), Raúl se interpuso. La Policía provincial hizo su parte. "Me tiraron al piso, pasaron por encima de mí. Fue un momento muy duro. Eso había sido filmado y se viralizó. Estamos convencidos de que vamos a torcerles la mano, porque esto no se sabía en el país y se empezó a saber". 

La historia de la lucha de Andalgalá, que se sigue escribiendo con los pies en cada caminata, incluye persecuciones judiciales, detenciones arbitrarias, torturas, allanamientos violentos a casas de familias, fiscales y jueces y periodistas y dirigencia política que construyen agenda de frente a las corporaciones y de espaldas al pueblo.

Todo parece indicar que las caminatas seguirán, porque para esa gente caminante el agua, la vida y la postal del Aconquija en cada amanecer vale más que cualquier promesa falsa de progreso.